martes, 10 de junio de 2025

BAJO EL ASFALTO, LA FLOR


“Las palabras no son exactas, guardan significados ocultos para cada uno de nosotros, guardan una vida interior, un mundo. Un bosque. Y ese es el misterio que nos golpea y nos hiere: la palabra que incendia.”

 

Han pasado ya seis años desde que conocimos en persona a la escritora Mónica Rodríguez y escuchamos su conferencia "En lo más oscuro del bosque" en el XV Encuentro de Animadores a la lectura de Arenas de San Pedro. También desde que iniciamos un diálogo madre-hija sobre Biografía de un Cuerpo compartiendo opiniones y reflexiones que dieron lugar a una de las entradas más visitadas de este blog.

Desde entonces, la obra de Mónica ha crecido en cantidad, con más de 80 títulos publicados, en variedad (cómic, novela ilustrada, álbum ilustrado, poesía y teatro) y en reconocimientos, entre los que destacan en 2024 -después de la concesión del premio Cervantes Chico 2018 por el conjunto de su obra- el Premio Nacional de LIJ por Umiko y premio Fundación Cuatro Gatos por La niña de los pájaros.

Su última publicación es un álbum ilustrado. Bajo el asfalto, la flor, resulta tan evocador y sugerente desde el mismo título,  que no puedo evitar ir a su encuentro. El libro elige al lector. 

La fuerza de la ilustración de la cubierta, con ese cromatismo de verdes, azules y amarillos dirige la mirada al centro de una flor que fija en la nuestra su mirada. Y ese niño… qué tristeza rezuma su figura en un cuerpo sin apenas líneas de contorno, del que no vemos las manos, solo pies descalzos y una cara. Una cara que mira con asombro hacia lo alto, de espaldas a la flor.

Mónica Rodríguez ha contado en varias ocasiones que la idea de Bajo el asfalto, la flor surgió cuando Rocío Araya y ella planeaban hacer un libro juntas y Rocío le habló de una canción de Georges Moustaki “Il y avait un jardin” que el músico dedicaba a “los niños que nacen y viven entre el hierro y el alquitrán, el hormigón y el asfalto y que, tal vez, no sabrán jamás que la tierra fue un jardín”.

León, el protagonista del texto de Mónica sí lo sabe y puede escuchar las voces de los árboles y de la flor, su confidente, a la que llamará Camila, como el amor que ha tenido que dejar atrás. Llegó en la carreta con su familia de vendedores ambulantes y montaron su tienda en el lugar donde ahora hay una calle de cemento, cuando aún no había ciudad, solo árboles, solo el río:

“El viento sin nombre sacudía los prados y el árbol que estaba donde la farola agitaba sus ramas. Todos los árboles hablaban. Nosotros, aquí, en la ciudad, no podemos oírlos, pero León sí que los oía. Y también veía las estrellas porque no había luces de farolas ni ventanas encendidas. León se echaba en los prados, junto a la flor dormida, y miraba las estrellas y escuchaba a los árboles. Entonces pensaba en Camila.”

Mónica Rodríguez y Rocío Araya (en la imagen con otro título ilustrado por ella en la editorial A fin de cuentos)

En Bajo el asfalto, la flor -editado por A fin de cuentos- el texto de Mónica Rodríguez, poético, sugerente y evocador, como ya he dicho, completa su nostálgica belleza con las potentes ilustraciones de Rocío Araya; sus cromatismos, sus texturas, sus contornos con manchas de color.

En las guardas delanteras encontramos un paisaje gris, desolado, todo de hormigón y en las traseras, en las grietas del asfalto ha crecido una inmensa flor. Bajo el asfalto, la flor parece prometer que hay esperanza en la tristeza.

“Bajo el asfalto, hubo una vez una flor. Y junto a la flor, un valle. Allí, donde está la farola de hierro había un árbol grande como un bosque, y había también un bosque y un viento que venía del sur y que no tenía nombre.”


En la primera doble página, el texto describe lo que había en ese paisaje gris, pero que no está en la ilustración, en contraste con la siguiente en la que todo es verdor y aguas cristalinas y en la que aparece la carreta de la familia errante, llena de vida en su interior, conducida por el abuelo.


El ritmo de la narración se pausa para que podamos imaginar cómo es y cómo vive esta familia dejando espacio al texto de Mónica sobre la página en blanco a la izquierda y la ilustración a sangre a la derechaun cielo azul cuajado de estrellas que se convierte en negro en las siluetas de los árboles con los niños mirando al cielo y vislumbrando en las sombras los personajes de las historias narradas por el abuelo alrededor del fuego con esa misma mirada que tenía el niño en la cubierta. 

Y al pasar la página encontramos a León, sumergido en un paisaje luminoso con los pies descalzos sobre la hierba y la flor a la que protege y cuenta sus secretos, con el texto a la derecha.


“Durante el tiempo que estuvieron aquí acampados, de camino a los pueblos del sur, cuidó de que sus hermanos no la pisotearan ni de que la mula se la comiera ni de que Amara, que era joven y caprichosa, la arrancara para ponérsela en las trenzas.”

 


Volvemos a dos dobles páginas a sangre en las que predominan los tonos cálidos -reflejo del rico mundo interior de León lleno de sensibilidad y amor por lo que le rodea- aunque nos esté contando una historia de renuncia y pérdida. Un choque entre sus sentimientos y los intereses de su familia que necesita ir de pueblo en pueblo para poder sobrevivir, siempre en movimiento, sin caer en sentimentalismos ni ataduras:

“Un día mi padre la vendió. A la burrita, a Brisa, sí, la vendió. Las mujeres hicieron fiesta con las monedas ganadas, pero yo no podía comer, tenía un no sé qué en la garganta que no me dejaba. Estaba triste como cuando lo de Camila. Algún día te hablaré de Camila.”

Y de nuevo, el texto sobre blanco, a la izquierda, y la ilustración en cromatismo de verdes y azules hasta el negro de la noche, a la derecha:

“León se echaba en los prados, junto a la flor dormida, y miraba las estrellas y escuchaba a los árboles. Entonces pensaba en Camila. En los ojos de Camila. En sus dedos tan blancos que una vez entrelazó entre los suyos.”

El álbum mantiene la narrativa a doble página hasta terminar la historia como había comenzado, de manera circular, en una ciudad - “Esta que ves. Esta por la que caminamos sin dejar huella porque es toda cemento. Gris y fría como los sueños cuando no soñamos”- pero con la flor que emerge, victoriosa, entre las grietas del cemento.

Y la música de Moustaki vuelve a resonar en mi cabeza:

“Había un jardín grande como un valle, podíamos alimentarnos en todas las estaciones, sobre la tierra ardiente o la tierra helada y descubrir flores que no tenían nombre. Había un jardín al que llamábamos LA TIERRA.”

 

Este año, Mónica Rodríguez ha sido autora imprescindible en el cole y quiero recomendar, muy cerquita ya del final de curso, Bajo el asfalto, la flor, por la rica experiencia que proporciona tanto en una lectura compartida en voz alta en el aula - Podemos sentir el ritmo que marca el paso de la página y los giros del lenguaje hacen que el lector sienta cómo el narrador se dirige a él, lo sienta próximo, creíble, y se sumerja de inmediato en la historia que le está contando- como en la conversación que provoca en el grupo -queda  la intriga de quién es el narrador ¿Será el propio León recordando su infancia? ¿Qué ocurriría con Camila? ¿Y con los otros niños? ¿Hay personas errantes en la actualidad? …- , como en el deseo de una lectura más íntima y personal en casa o en los momentos en que se hace lectura silenciosa en el aula o en la biblioteca. 

Tanto elijas una modalidad u otra, o ambas...

 

¡Feliz lectura!

Y Feliz descanso!


Si quieres conocer todos los títulos de Mónica Rodríguez entra en su web.
En este enlace de A fin de cuentos puedes leer una entrevista con Mónica Rodríguez. 
Para conocer mejor a Rocío Ayara puedes leer  este otro y esta entrevista de "Un periodista en el bolsillo" sobre su trabajo en Bajo el asfalto, la flor.

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