martes, 10 de junio de 2025

BAJO EL ASFALTO, LA FLOR


“Las palabras no son exactas, guardan significados ocultos para cada uno de nosotros, guardan una vida interior, un mundo. Un bosque. Y ese es el misterio que nos golpea y nos hiere: la palabra que incendia.”

 

Han pasado ya seis años desde que conocimos en persona a la escritora Mónica Rodríguez y escuchamos su conferencia "En lo más oscuro del bosque" en el XV Encuentro de Animadores a la lectura de Arenas de San Pedro. También desde que iniciamos un diálogo madre-hija sobre Biografía de un Cuerpo compartiendo opiniones y reflexiones que dieron lugar a una de las entradas más visitadas de este blog.

Desde entonces, la obra de Mónica ha crecido en cantidad, con más de 80 títulos publicados, en variedad (cómic, novela ilustrada, álbum ilustrado, poesía y teatro) y en reconocimientos, entre los que destacan en 2024 -después de la concesión del premio Cervantes Chico 2018 por el conjunto de su obra- el Premio Nacional de LIJ por Umiko y premio Fundación Cuatro Gatos por La niña de los pájaros.

Su última publicación es un álbum ilustrado. Bajo el asfalto, la flor, resulta tan evocador y sugerente desde el mismo título,  que no puedo evitar ir a su encuentro. El libro elige al lector. 

La fuerza de la ilustración de la cubierta, con ese cromatismo de verdes, azules y amarillos dirige la mirada al centro de una flor que fija en la nuestra su mirada. Y ese niño… qué tristeza rezuma su figura en un cuerpo sin apenas líneas de contorno, del que no vemos las manos, solo pies descalzos y una cara. Una cara que mira con asombro hacia lo alto, de espaldas a la flor.

Mónica Rodríguez ha contado en varias ocasiones que la idea de Bajo el asfalto, la flor surgió cuando Rocío Araya y ella planeaban hacer un libro juntas y Rocío le habló de una canción de Georges Moustaki “Il y avait un jardin” que el músico dedicaba a “los niños que nacen y viven entre el hierro y el alquitrán, el hormigón y el asfalto y que, tal vez, no sabrán jamás que la tierra fue un jardín”.

León, el protagonista del texto de Mónica sí lo sabe y puede escuchar las voces de los árboles y de la flor, su confidente, a la que llamará Camila, como el amor que ha tenido que dejar atrás. Llegó en la carreta con su familia de vendedores ambulantes y montaron su tienda en el lugar donde ahora hay una calle de cemento, cuando aún no había ciudad, solo árboles, solo el río:

“El viento sin nombre sacudía los prados y el árbol que estaba donde la farola agitaba sus ramas. Todos los árboles hablaban. Nosotros, aquí, en la ciudad, no podemos oírlos, pero León sí que los oía. Y también veía las estrellas porque no había luces de farolas ni ventanas encendidas. León se echaba en los prados, junto a la flor dormida, y miraba las estrellas y escuchaba a los árboles. Entonces pensaba en Camila.”

Mónica Rodríguez y Rocío Araya (en la imagen con otro título ilustrado por ella en la editorial A fin de cuentos)

En Bajo el asfalto, la flor -editado por A fin de cuentos- el texto de Mónica Rodríguez, poético, sugerente y evocador, como ya he dicho, completa su nostálgica belleza con las potentes ilustraciones de Rocío Araya; sus cromatismos, sus texturas, sus contornos con manchas de color.

En las guardas delanteras encontramos un paisaje gris, desolado, todo de hormigón y en las traseras, en las grietas del asfalto ha crecido una inmensa flor. Bajo el asfalto, la flor parece prometer que hay esperanza en la tristeza.

“Bajo el asfalto, hubo una vez una flor. Y junto a la flor, un valle. Allí, donde está la farola de hierro había un árbol grande como un bosque, y había también un bosque y un viento que venía del sur y que no tenía nombre.”


En la primera doble página, el texto describe lo que había en ese paisaje gris, pero que no está en la ilustración, en contraste con la siguiente en la que todo es verdor y aguas cristalinas y en la que aparece la carreta de la familia errante, llena de vida en su interior, conducida por el abuelo.


El ritmo de la narración se pausa para que podamos imaginar cómo es y cómo vive esta familia dejando espacio al texto de Mónica sobre la página en blanco a la izquierda y la ilustración a sangre a la derechaun cielo azul cuajado de estrellas que se convierte en negro en las siluetas de los árboles con los niños mirando al cielo y vislumbrando en las sombras los personajes de las historias narradas por el abuelo alrededor del fuego con esa misma mirada que tenía el niño en la cubierta. 

Y al pasar la página encontramos a León, sumergido en un paisaje luminoso con los pies descalzos sobre la hierba y la flor a la que protege y cuenta sus secretos, con el texto a la derecha.


“Durante el tiempo que estuvieron aquí acampados, de camino a los pueblos del sur, cuidó de que sus hermanos no la pisotearan ni de que la mula se la comiera ni de que Amara, que era joven y caprichosa, la arrancara para ponérsela en las trenzas.”

 


Volvemos a dos dobles páginas a sangre en las que predominan los tonos cálidos -reflejo del rico mundo interior de León lleno de sensibilidad y amor por lo que le rodea- aunque nos esté contando una historia de renuncia y pérdida. Un choque entre sus sentimientos y los intereses de su familia que necesita ir de pueblo en pueblo para poder sobrevivir, siempre en movimiento, sin caer en sentimentalismos ni ataduras:

“Un día mi padre la vendió. A la burrita, a Brisa, sí, la vendió. Las mujeres hicieron fiesta con las monedas ganadas, pero yo no podía comer, tenía un no sé qué en la garganta que no me dejaba. Estaba triste como cuando lo de Camila. Algún día te hablaré de Camila.”

Y de nuevo, el texto sobre blanco, a la izquierda, y la ilustración en cromatismo de verdes y azules hasta el negro de la noche, a la derecha:

“León se echaba en los prados, junto a la flor dormida, y miraba las estrellas y escuchaba a los árboles. Entonces pensaba en Camila. En los ojos de Camila. En sus dedos tan blancos que una vez entrelazó entre los suyos.”

El álbum mantiene la narrativa a doble página hasta terminar la historia como había comenzado, de manera circular, en una ciudad - “Esta que ves. Esta por la que caminamos sin dejar huella porque es toda cemento. Gris y fría como los sueños cuando no soñamos”- pero con la flor que emerge, victoriosa, entre las grietas del cemento.

Y la música de Moustaki vuelve a resonar en mi cabeza:

“Había un jardín grande como un valle, podíamos alimentarnos en todas las estaciones, sobre la tierra ardiente o la tierra helada y descubrir flores que no tenían nombre. Había un jardín al que llamábamos LA TIERRA.”

 

Este año, Mónica Rodríguez ha sido autora imprescindible en el cole y quiero recomendar, muy cerquita ya del final de curso, Bajo el asfalto, la flor, por la rica experiencia que proporciona tanto en una lectura compartida en voz alta en el aula - Podemos sentir el ritmo que marca el paso de la página y los giros del lenguaje hacen que el lector sienta cómo el narrador se dirige a él, lo sienta próximo, creíble, y se sumerja de inmediato en la historia que le está contando- como en la conversación que provoca en el grupo -queda  la intriga de quién es el narrador ¿Será el propio León recordando su infancia? ¿Qué ocurriría con Camila? ¿Y con los otros niños? ¿Hay personas errantes en la actualidad? …- , como en el deseo de una lectura más íntima y personal en casa o en los momentos en que se hace lectura silenciosa en el aula o en la biblioteca. 

Tanto elijas una modalidad u otra, o ambas...

 

¡Feliz lectura!

Y Feliz descanso!


Si quieres conocer todos los títulos de Mónica Rodríguez entra en su web.
En este enlace de A fin de cuentos puedes leer una entrevista con Mónica Rodríguez. 
Para conocer mejor a Rocío Ayara puedes leer  este otro y esta entrevista de "Un periodista en el bolsillo" sobre su trabajo en Bajo el asfalto, la flor.

jueves, 1 de mayo de 2025

Celebramos EL LIBRO. Vivimos El CUENTO. Crónica XV MARATÓN.


Comienza la mañana del Día Internacional del Libro en el CRA Alto Cabriel. Su biblioteca, florida y hermosa, recibe a los participantes de la Maratón.






Las niñas y los niños de Infantil y Primaria, sus tutores y algunas mamás, irán intercambiando los papeles de cuentistas y contentos a lo largo de una jornada festiva con dramatizaciones, cuentos, poemas, canciones y marionetas.  


Yincana en la Plaza Mayor



El día soleado es perfecto para la yincana que se ha organizado en la Plaza Mayor de Cañete con la ayuda del alumnado de Secundaria. Prepararon los mapas y colocaron las pistas para encontrar las partes de un poema. 

Los  grupos se organizan, en el centro de la plaza los más pequeños, y cuando consiguen descubrir las piezas, las ordenan y recitan para todos los asistentes como final del juego. 

Exposición “Mira, Toca, Lee”

Este año, el Ayuntamiento quiso coordinarse con el cole para celebrar el día del libro en la localidad. De este encuentro surge la idea de una iniciativa conjunta, una nueva y preciosa semilla: una exposición sobre la lectura con material elaborado por las niñas y niños de Infantil, Primaria y Secundaria durante los periodos del Plan de Lectura de Centro. 

 

La elaboración de los materiales de “Mira, Toca, Lee” se realizó durante las semanas anteriores a las vacaciones de Semana Santa y el alumnado de Secundaria colaboró en el montaje de la exposición.





Cristaleras con poemas y marcapáginas de los más pequeños, libro viajero, barcos decorados con caligramas, casitas de los 3 cerditos, marionetas para el cuento de la Maratón, lapbook, libros con poemas sobre el colegio… han estado expuestos, desde las vacaciones, a todos los habitantes y visitantes de la localidad hasta el día 27, en que se celebrará la clausura con una Lectura Intergeneracional, Mercadillo Solidario y Encuentro con Autor.


Con la visita a la exposición, terminamos una jornada de risas, juegos, historias y encuentros de toda una comunidad lectora.


Guardaremos, un año más, la semilla  de estas vivencias en torno al libro y la lectura para mimarla y cultivarla en nuestro jardín. 

¡FELIZ DÍA DEL LIBRO!


*Si quieres leer la primera parte de esta reseña "Biografía de una Maratón" donde se cuenta la evolución del proyecto a lo largo de los últimos 20 años años, entra aquí. 


miércoles, 23 de abril de 2025

Celebramos EL LIBRO. Vivimos El CUENTO. Biografía de una MARATÓN.



Hoy es la primera vez, desde hace chiquicientos mil años, que no celebro el día del libro en el cole, que no vivo esa efervescencia, esa ilusión y esa tensión de los días previos para que todo esté a punto.

Aprovecho para celebrar la vida y todo lo que los libros y la lectura significan para mí en ella; descubrimiento, asombro, magia, amor, belleza, empatía, orden, sentido, intimidad, refugio, diversión, placer, evasión, inquietud, desasosiego, perspectiva, vínculo, conversación, conocimiento, amistad, esperanza…  

Celebro que se haya escogido la frase “Nuestra biblioteca es un jardín” para elaborar el mural que da título a la Maratón de cuentos de este año y aprovecho este tiempo sosegado para reflexionar y ofrecer mi humilde reconocimiento y homenaje a todas las personas -docentes, lectoras, mediadoras, escritoras, ilustradoras y editoras- que han dejado su huella, pequeñas semillas que, día tras día, han dado alma y sentido a esa afirmación y a los equipos directivos que la han apoyado todos estos añosPorque un proyecto a largo plazo solo es posible si se cultiva entre todos y se trasladan las semillas anteriores a las siguientes personas encargadas de hacer germinar, a su vez, nuevas semillas más acordes con las necesidades y deseos de su comunidad; porque un jardín es un ecosistema vivo en continua transformación y adaptación a los cambios del medio en que se cultiva.

Mientras recibo la crónica de cómo se está desarrollando la jornada de la XV Maratón de Cuentos, retomo y actualizo una entrada guardada eternamente en modo borrador porque la excitación de esos días nunca dejaba el reposo necesario para terminarla.

La Maratón de cuentos comienza en el curso 2009-2010 impulsada y coordinada por las maestras de Infantil -expertas narradoras que incluyen los cuentos en sus rutinas diarias- para celebrar la importancia del libro y la lectura en toda la comunidad escolar con la participación del alumnado de Infantil y Primaria, de sus tutoras y tutores, de padres y madres y personal del centro o de la localidad, durante toda una jornada lectiva lo más cercana posible al día 23 de abril en el que celebramos el Día del Libro. 


Durante las semanas previas diseñamos un Pin para los participantes, un póster, confeccionado con las aportaciones de todo el alumnado, y preparamos las lecturas que se presentarán el día de la Maratón; lecturas que vienen de una lectura previa compartida en el aula, en casa o en ambas. 


Lo más enternecedor siempre han sido, para mí, los grupos formados por madres con sus hijos e hijas, contemplar ese vínculo que se establece con la lectura, el orgullo que sienten al mostrarse queridos ante su clase; más aún cuando van creciendo y mantienen esta vivencia durante toda su etapa escolar.

En realidad, la Maratón recoge la semilla y es continuidad de un proyecto anterior, “Cuéntame un cuento y verás qué contento”, que se puso en marcha en el 2005 después de varias experiencias más informales de intercambio. Es un proyecto que nace del deseo de compartir nuestras vivencias lectoras y la necesidad de conquistar un “lugar de palabras y de encuentros” –como diría Geneviève Patte- que fue la llave que nos llevó a abrir la puerta de la biblioteca, entonces poco más que un almacén de libros, en busca de un espacio donde hacer realidad nuestro sueño de crear una comunidad lectora con un imaginario común.

El grupo que preparaba alguna actividad (cuentistas) invitaba al resto de alumnado del centro (contentos) a disfrutarla en la biblioteca. No eran necesarios muchos medios, no mucho más que la creatividad y la ilusión de docentes, niñas y niños de infantil y primaria que se sentían protagonistas de un acontecimiento importante, mágico, que nos sacaba de la rutina ordinaria. Con "Cuéntame un Cuento ..." vivimos en la biblioteca dramatizaciones, recitados poéticos, teatros de marionetas y de sombras que después, en un Grupo de trabajo, se elaboraban, editaban y catalogaban como ejemplares que pudieran ser prestados. 

La Maratón se amplió durante unos años con  “Cuentos grabados” porque algunas compañeras que cambiaban de centro sentían nostalgia de estos encuentros y querían seguir participando en ellos. Así, ampliamos esta invitación desde las redes sociales para todo aquel que quisiera contar con nosotros, aunque no pudiera venir. Amigos fieles enviaban sus cuentos o poemas año tras año (nos llegaban voces de otras provincias españolas, de Argentina, Brasil…), incluso ahora que hemos dejado de hacer esta invitación tras la pandemia, nos sorprenden al preguntar, años después, si pueden enviarlos. Quizá más adelante tenga sentido volver a incluirlos, pero ahora, el encuentro virtual es tan cotidiano para las niñas y niños que ha perdido parte de la “magia” que tuvo en su momento.


Los espacios también han ido cambiando. Las primeras ediciones fueron en el exterior, luego pasamos al interior, amplio y luminoso, del aulario de Infantil donde resultaba más fácil la participación de los pequeños en periodos cortos de tiempo.

Y también hemos ido alternando  Biblioteca y aulario para escuchar los cuentos grabados, para agilizar los cambios de grupo o para escuchar a un narrador o narradora profesional (en la imagen Maratón de cuentos con Isabel Benito, participante fiel en nuestros cuentos grabados).

Enseguida paso a contaros cómo han sido las jornadas 2025, cómo ha germinado y florecido el jardín. Mientras tanto, si tienes curiosidad por escuchar algunos cuentos contados hace casi veinte años y los cuentos grabados, puedes pedirlos en la Biblioteca.


¡FELIZ DÍA DEL LIBRO!


*Si quieres leer la segunda parte de esta reseña "Crónica de la XV Maratón de cuentos" entra aquí.


 


viernes, 21 de marzo de 2025

CAPERUCITA EN MANHATAN

 

De Perrault a Martín Gaite, Lewis Carroll y otros vericuetos del bosque.


“Tanto los lugares como las personas, como los libros, aún a riesgo de perderse por ellos, hay que atreverse a leerlos uno mismo. Simplemente dejándolos ser.” 
Carmen Martín Gaite 

Cuando el curso pasado preparaba mi cesta de Caperucitas para la Maratón de cuentos del cole, presté atención a la versión de Carmen Martín Gaite siempre a la espera, en su estante de la biblioteca, de que alguien de Secundaria la solicitara para una lectura obligatoria. Y ya sabemos que no puede haber peor comienzo que la imposición a la hora de coger un libro.

Ojalá estas líneas despierten en alguna de vosotras, de vosotros, la curiosidad y el deseo de viajar por sus páginas.  

Carmen Martín Gaite, de la que celebramos este año el centenario de su nacimiento, es una figura clave en la literatura española del S.XX con una extensa obra que abarca narrativa, ensayo, teatro, poesía (participa en los recitales poéticos del  Café Manuela en el barrio de Malasaña de Madrid y algunos de sus poemas se convierten en canción en la voz de su amigo Amancio Prada), guiones de cine y televisión (en la serie “Celia”, con guion suyo y del director José Luis Borau, llega a aparecer como sor Gaitera, un personaje creado para ella), traducciones, artículos y sus maravillosas conferencias en las que reflexiona sobre la creación literaria. 

La personalidad y la obra de Martín Gaite -perteneciente a la llamada generación de los cincuenta junto a otros autores y autoras que compartieron infancia de postguerra como Ignacio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio (su marido durante 17 años), Juan Benet, Carmen Laforet y Ana María Matute (en la imagen, las tres ganadoras del premio Nadal; a la derecha, la primera en recibirlo, Carmen Laforet en 1945, a la izquierda, Carmen Martín Gaite, y en el centro Ana María Matute, de la que también celebramos centenario, galardonada en el 59)-siempre despertó mi admiración. Leer Entre visillos y El cuarto de atrás en mi adolescencia, premiados con el Nadal en 1957 y el Nacional de Literatura en 1978, hizo que me sintiera menos incomprendida y sola en la sensación asfixiante de crecer, apenas estrenada la España democrática, en una pequeña ciudad de provincias.

Gaite continúa recibiendo los más prestigiosos premios (Premio Anagrama de ensayo 1986, Príncipe de Asturias de las Letras 1988, Nacional de las Letras Españolas 1.994) y yo seguí leyendo toda obra suya que cayera en mis manos. 

Pero, después de tanto tiempo, ya no recordaba Caperucita en Manhattan y sentía necesidad de hacerlo. 

Me atrapó, aún antes de empezar, por la primera ilustración del libro realizada a plumilla por la autora, su dedicatoria a Juan Carlos Eguillor “en aquel verano horrible”. ¿Qué manera era esta de empezar un cuento?

Caperucita en Manhattan está dividida en dos partes: Sueños de libertad y La Aventura. La primera empieza con esta cita de Elena Fortún en la inolvidable Celia en el colegio; el primer libro que recibí como regalo y que se convirtió en mi referente de rebeldía y libertad hasta conocer Pippi Calzaslargas.

“A veces lo que sueño creo que es verdad, y lo que me pasa me parece que lo he soñado antes… Además, lo que ha pasado no está escrito en ninguna parte y al fin se olvida. En cambio, lo que está escrito es como si hubiera pasado siempre."

Comienza la presentación de la protagonista, Sara Allen, con nombre y apellido, y la descripción detallada del lugar en el que vive rompiendo así la imprecisión de los cuentos tradicionales. Sonrío con la imagen de Manhattan como “una isla en forma de jamón con un pastel de espinacas en el centro que se llama Central Park”. 

Pero mi cabeza vuelve una y otra vez al nombre de la dedicatoria, Juan Carlos Eguillor, Juan Carlos Eguillor… ¿de qué me suena? Tardo en recordar que es el ilustrador de La boutique fantasque escrita por Carmen Santonja, un audio libro con una historia fantástica en el espacio, que recogíamos en “De casa en casa” como uno de los 15 libros más prestados en nuestra biblioteca y que hemos representado varias veces con marionetas construidas en el aula.

¿Qué relación tenía este ilustrador con Carmen Martín Gaite? ¿Qué ocurriría aquel verano? Ya estoy metida en el bosque.

Carmen, Carmiña (para los amigos), Calila (como la llamaba su hija Marta) mantiene un contacto regular con diversas universidades de Estados Unidos, como profesora invitada o conferenciante, desde que viaja por primera vez en 1979 para participar en un congreso de literatura española contemporánea y se aloja en Manhattan, lo que le permite cumplir su sueño infantil de perderse entre los rascacielos de Nueva York y ver de cerca la Estatua de la Libertad. 

El verano de 1985, al que se refiere la dedicatoria, acepta un puesto de profesora visitante en Vassar College. Hace apenas unos meses que ha muerto su hija, con la que mantenía una estrecha relación de complicidad en la vida y como interlocutora ideal de su obra. 

Marta había sido educada de manera no convencional. A los seis años, sus padres, Carmen y Rafael, le consultan si quiere ir a la escuela o recibir un profesor particular en casa y asistir a clases de idiomas. Licenciada en Filología Inglesa, traductora de Kipling, Gerald Durrell, Truman Capote y Patricia Highsmith, vive el ambiente de modernidad de los 80 y el coqueteo con la heroína que le llevó a contraer el sida y provocó su muerte por neumonía a los 29 años.

“Carmen se sentía derrotada, perdida; no sabía ni adónde iba”, cuenta su hermana Ana María que llama a su amigo Eguillor para que vaya a esperarla al aeropuerto y la acoja unos días en su apartamento de Nueva York.

Juan Carlos Eguillor, Premio Nacional de Ilustración Infantil 1983, intenta animarla para que vuelva a escribir y le pide el texto para unas viñetas de una caperucita que está haciendo.

“Juan Carlos se ponía a dibujar, de espaldas, en el pupitre inclinado, y hablaba conmigo. Ha inventado una historia de una niña de Brooklyn con impermeable rojo, que los viernes va con su madre a llevarle una tarta de fresa a su abuelita que vive en Manhattan. Una noche se atreve a ir ella sola y desde ese momento se convierte en una especie de Caperucita Roja perdida en Nueva York y se encuentra al rey de las tartas que es el lobo. Me enseñó algunos de los dibujos que tiene, que son preciosos, pero la historia no la sabe escribir. Yo empecé a dictársela de otra manera, nos pusimos a escribirla juntos y se nos ocurrían muchas cosas nuevas entre los dos, nos reíamos mucho, ¡qué majo y divertido es Juan Carlos!”

Estos días con Eguillor suponen una tregua para Carmiña -que continúa desarrollando la idea inicial hasta su publicación en 1990, con sus propias ilustraciones, por la editorial Siruela- y le abren una puerta para vivir el duelo a través de lo literario. Lo extraordinario es que, en ese contexto, elija hacer un canto a la vida y a la libertad. 

Carmen Martín Gaite conocía en profundidad la Caperucita de Perrault ilustrada por Doré por sus recuerdos de infancia y porque traduce del francés los cuentos de Perrault: Cuentos de hadas, y del inglés los Cuentos de hadas victorianos. Y parte de esa estructura del cuento tradicional para construir Caperucita en Manhattan pero introduciendo desde el primer capítulo algunas diferencias esenciales, como suprimir la imprecisión al armar a sus personajes de una biografía y al describir meticulosamente el espacio. Como ya comentamos, Martín Gaite nos sitúa en una realidad urbana y concreta -Manhattan va a ser la versión moderna del bosque tradicional- con unos personajes bien definidos; la niña es Sara Allen, la madre, Vivien Allen, la abuela, Rebeca Little conocida como Gloria Star cuando era cantante de music-hall y el lobo, Mister Wolf. Y en esta realidad aparece ya el elemento de extrañeza en lo cotidiano, el misterio y el deseo que va a desencadenar la acción, la estatua de la Libertad:

“Por las noches, aburrida de que la hayan retratado tantas veces durante el día, se duerme sin que nadie lo note. Y entonces empiezan a pasar cosas raras. (…) Y es que cuando la estatua de la Libertad cierra los ojos, les pasa a los niños sin sueño de Brooklyn la antorcha de su vigilia. Pero esto no lo sabe nadie. Es un secreto.”

Sara Allen es una niña pecosa de diez años que siempre ha sabido ver lo extraordinario en lo cotidiano. En la primera parte, fantasea con Aurelio Roncali, propietario de El Reino de los libros y antiguo novio de su abuela (al que tiene que inventarse porque solo ha oído hablar de él entre susurros) del que recibe tres regalos -objetos mágicos- que serán claves para el desarrollo de su personalidad y de la historia: un rompecabezas que despierta su amor por el juego con letras y palabras, un plano detallado de Manhattan y los tres primeros libros que alientan su sueño de aventura y conectan y amplifican ese símbolo de libertad; Robinson Crusoe, Alicia en el país de las Maravillas y Caperucita:

“La aventura principal era la de que fueran por el mundo solos, sin una madre ni un padre que los llevaran cogidos de la mano, haciéndoles advertencias y prohibiéndoles cosas. Por el agua, por el aire, por un bosque, pero ellos solos. Libres. Y naturalmente podían hablar con los animales, eso a Sara le parecía lógico. Y que Alicia cambiara de tamaño, porque a ella en sueños también le pasaba. Y que el señor Robinson viviera en una isla, como la estatua de la Libertad. Todo tenía que ver con la libertad. “

Sara tiene dos modelos opuestos de feminidad: la madre representa el temor y lo ordinario y su abuela, la libertad y lo extraordinario. Sara encuentra en su abuela una interlocutora que la escucha y tiene cosas interesantes que contar. También descubre en su casa la «Verdadera receta de la tarta de fresa, tal como me la enseñó en mi infancia Rebeca Little, mi madre.» convirtiendo, lo que ha sido hasta entonces el símbolo del hastío por lo repetitivo, en un secreto que despierta su curiosidad.

En la segunda parte de la novela, que sigue el esquema tradicional del viaje del héroe, La Aventura, aparece la otra interlocutora femenina que ayuda a Sara en su búsqueda de la madurez, la libertad y el conocimiento, Miss Lunatic.

“A veces las preguntas, hija mía, contienen la respuesta más exacta-contestó la anciana sonriendo.”

Es un personaje fantástico en el límite entre realidad y ficción, con aspecto de vagabunda estrafalaria, que sabe contar historias, escuchar y mirar. Ella sabe ver a Sara como Caperucita Roja y Sara también es capaz de reconocer en Miss Lunatic un milagro. Hay una profunda conexión entre ellas.

Carmen hija y Carmen madre

He leído alguna vez que Caperucita en Manhattan nace de la necesidad de entender que las hijas a veces se pierden de camino a casa de sus abuelas, pero yo creo que Caperucita en esta historia somos todas, Marta y Calila, madres e hijas; abuelas, en esa necesidad de salir de lo conocido, de los roles transmitidos de generación en generación, de ese ambiente opresivo que castra nuestros sueños, cruzando un bosque – perdiéndonos en él, como se reconoce Carmen en la dedicatoria de su novela– para construir nuestra propia identidad desde esos vínculos intergeneracionales.

Y llegamos al último capítulo titulado «Happy end, pero sin cerrar» porque ya hemos dicho que ni Sara ni Carmiña están de acuerdo con los finales cerrados y moralizantes de los cuentos tradicionales. Calila busca el final abierto que le permita expresar las preguntas que le genera “la cornada”, como ella misma dice, que acaba de recibir, disipar las dudas o alejar la culpa -pone en boca de Miss Lunatic, “Por favor, hija, remordimientos, ¡Qué palabra tan fea!”- que pueda generarle cómo han gestionado, ella y Marta, su libertad.

Caperucita en Manhattan corrige los finales equivocados de Robinson Crusoe, Sara no vuelve a casa y permanece en la isla, de Caperucita, el lobo no se come a la niña -ni tan siquiera es ella el objeto de su deseo, sino la tarta de fresa y, más tarde, la abuela que termina “devorada” en brazos de Mister Wolf- y, por último, de Alicia, cuyo final no puede ser que todo había sido un sueño.

Calila se aleja de Perrault y vuelve para su desenlace a Lewis Carroll, del que ya ha tomado un elemento fundamental para la construcción de su protagonista, la seducción por el juego y la magia de las palabras, por el non sense, en las farfanías que inventaba y tanta felicidad le producían.

“Miranfú- repetía Sara entre dientes como si rezara, Miranfú.” Y los ojos se le iban llenando de lágrimas.”

El porqué de conectar con este autor ya estaba en la dedicatoria de El cuarto de atrás:

“Para Lewis Carroll, que todavía nos consuela de tanta cordura y nos acoge en su mundo al revés.”

Así, Sara Allen, como Alicia, se arroja al pasadizo que la lleva a la Libertad.

“Y que cada uno ahí lea lo que quiera” 

 dice Calila cuando le preguntan sobre el final feliz de su novela.