Recuperar la mirada atenta, pausada
Si recuerdo mi infancia, vuelvo a habitar la niña que pasaba horas pegada al cristal del mirador de su casa. Una casa que estaba en el cruce de dos grandes avenidas y me ofrecía una perspectiva del mundo amplia, variada, bulliciosa y en cambio continuo. Como si fuera un organismo vivo. Quizá por eso me gusta tanto Calle de la Oca de Ana Garralón y María Pascual, porque me devuelve esa mirada del asombro con que descubría el mundo y desde la que me sitúo para leer este álbum.
En Calle de la Oca, Oliver, el protagonista, aparece integrado en ese organismo -vivo y cambiante- y son las personas adultas que se turnan durante una semana para acompañarlo a la escuela, las que le ofrecen distintas perspectivas desde las que mirar, desde las que leer, ampliar y comprender su mundo.
Hace diez años que la idea de este álbum rondaba en su cabeza. Desde que firma el contrato con Ediciones Ekaré, nos cuenta en sus redes, ha habido un proceso de algo cocinado a fuego lento.
“La edición de Irene Savino y Cecilia Silva-Díaz transformó un texto un tanto rígido en uno más fluido que María Pascual de la Torre ha ilustrado con una potencia que no me esperaba”.
Ana elige para esta narración la primera persona. Oliver –nombre homenaje a su admirado Oliver Sacks- nos cuenta cómo es su ida y vuelta al cole cada día de esa semana inolvidable junto a un amigo o familiar con distintas profesiones. Es un niño afortunado que puede ir caminando hasta su escuela por un barrio agradable, habitado por personas relajadas, en compañía de un adulto atento y receptivo a su curiosidad insaciable.
El primer acompañante de Oliver es un historiador, su abuelo, que sabe mirar cada detalle para encontrar en él historias escondidas. ¿Cómo era vivir en ese lugar cuando la calle era de barro, sin luz ni agua corriente? ¿Cómo eran las profesiones que desaparecieron con esa forma de vida? ¿Y las palabras relacionadas con ellas que dejaron de usarse? Oliver no es un receptor pasivo a las enseñanzas del abuelo y le propone un juego que podemos continuar como lectores o como mediadores del libro, un “veo, veo” para nombrar un elemento real e imaginar cómo fue en el pasado. Yo cierro los ojos y consigo ver, como el abuelo, la transformación de ese cruce de caminos durante mi infancia.
Cuando se añade información al texto narrativo, se enmarca en una línea de puntos y se añaden bocadillos para agilizar el diálogo de los personajes.
El martes por la mañana, Oliver descubre la mirada del escritor que intenta atrapar historias e inventar a partir de lo que observa en la realidad. “Mira a esa señora que está esperando el autobús. ¿A dónde va? ¿Quién la espera en casa? ¿Qué hace tan temprano en la parada?” Y por la tarde, la de una bióloga, con la que la calle se convierte en un ecosistema de plantas y animales.
Las ilustraciones de María Pascual recrean con infinidad de recursos visuales estos cambios y se expanden con el enfoque que nos ofrece cada una de esas perspectivas.
Tengo la suerte de tener este libro y no me canso de volver a releerlo, no solo la historia es original y didáctica sino que cada día encuentras un detalle nuevo en los dibujos de María Pascual, llenos de vida y sentido, que te teletransportan a esa calle y al pasado, un libro que merece mucho la pena.
ResponderEliminarQue ganas de verlo! Muy completa tu reseña Belén, con muchos detalles que aportan a conocerlo
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