De Perrault a Martín Gaite, Lewis Carroll y otros vericuetos del bosque.
“Tanto los lugares como las personas, como los libros, aún a riesgo de perderse por ellos, hay que atreverse a leerlos uno mismo. Simplemente dejándolos ser.”
Carmen Martín Gaite
Cuando el curso pasado preparaba mi cesta de Caperucitas
para la Maratón de cuentos del cole, presté atención a la versión de Carmen
Martín Gaite siempre a la espera, en su estante de la biblioteca, de que
alguien de Secundaria la solicitara para una lectura obligatoria. Y ya sabemos
que no puede haber peor comienzo que la imposición a la hora de coger un libro.
Ojalá estas líneas despierten en alguna de
vosotras, de vosotros, la curiosidad y el deseo de viajar por sus páginas.
Carmen Martín Gaite, de la que celebramos este año el centenario de su nacimiento, es una figura clave en la literatura española del S.XX con una extensa obra que abarca narrativa, ensayo, teatro, poesía (participa en los recitales poéticos del Café Manuela en el barrio de Malasaña de Madrid y algunos de sus poemas se convierten en canción en la voz de su amigo Amancio Prada), guiones de cine y televisión (en la serie “Celia”, con guion suyo y del director José Luis Borau, llega a aparecer como sor Gaitera, un personaje creado para ella), traducciones, artículos y sus maravillosas conferencias en las que reflexiona sobre la creación literaria.
Gaite continúa recibiendo los más prestigiosos premios (Premio Anagrama de ensayo 1986, Príncipe de Asturias de las Letras 1988, Nacional de las Letras Españolas 1.994) y yo seguí leyendo toda obra suya que cayera en mis manos.
Pero, después de tanto tiempo, ya no recordaba Caperucita en
Manhattan y sentía necesidad de hacerlo.
Me atrapó, aún antes de empezar, por la primera ilustración del libro realizada a plumilla por la autora, su dedicatoria a Juan Carlos Eguillor “en aquel verano horrible”. ¿Qué manera era esta de empezar un cuento?
Caperucita en Manhattan está dividida en dos partes: Sueños de libertad
y La Aventura. La primera empieza con esta cita de Elena Fortún en la
inolvidable Celia en el colegio; el primer libro que recibí como regalo
y que se convirtió en mi referente de rebeldía y libertad hasta conocer Pippi
Calzaslargas.
“A veces lo que sueño creo que es verdad, y lo que me pasa me parece que lo he soñado antes… Además, lo que ha pasado no está escrito en ninguna parte y al fin se olvida. En cambio, lo que está escrito es como si hubiera pasado siempre."
Comienza la presentación de la protagonista, Sara Allen, con nombre y apellido, y la descripción detallada del lugar en el que vive rompiendo así la imprecisión de los cuentos tradicionales. Sonrío con la imagen de Manhattan como “una isla en forma de jamón con un pastel de espinacas en el centro que se llama Central Park”.
Carmen, Carmiña (para los amigos), Calila (como la llamaba su hija Marta) mantiene un contacto regular con diversas universidades de Estados Unidos, como profesora invitada o conferenciante, desde que viaja por primera vez en 1979 para participar en un congreso de literatura española contemporánea y se aloja en Manhattan, lo que le permite cumplir su sueño infantil de perderse entre los rascacielos de Nueva York y ver de cerca la Estatua de la Libertad.
El verano de 1985, al que se refiere la dedicatoria, acepta un puesto de profesora visitante en Vassar College. Hace apenas unos meses que ha muerto su hija, con la que mantenía una estrecha relación de complicidad en la vida y como interlocutora ideal de su obra.
Marta había sido educada de manera no convencional. A los seis años, sus padres, Carmen y Rafael, le consultan si quiere ir a la escuela o recibir un profesor particular en casa y asistir a clases de idiomas. Licenciada en Filología Inglesa, traductora de Kipling, Gerald Durrell, Truman Capote y Patricia Highsmith, vive el ambiente de modernidad de los 80 y el coqueteo con la heroína que le llevó a contraer el sida y provocó su muerte por neumonía a los 29 años.
“Carmen se sentía derrotada, perdida; no sabía ni adónde iba”, cuenta su hermana Ana María que llama a su amigo Eguillor para que vaya a esperarla al aeropuerto y la acoja unos días en su apartamento de Nueva York.
Juan Carlos Eguillor, Premio Nacional de Ilustración
Infantil 1983, intenta animarla para que vuelva a escribir y le pide el texto
para unas viñetas de una caperucita que está haciendo.
“Juan Carlos se ponía a dibujar, de espaldas, en el pupitre inclinado, y hablaba conmigo. Ha inventado una historia de una niña de Brooklyn con impermeable rojo, que los viernes va con su madre a llevarle una tarta de fresa a su abuelita que vive en Manhattan. Una noche se atreve a ir ella sola y desde ese momento se convierte en una especie de Caperucita Roja perdida en Nueva York y se encuentra al rey de las tartas que es el lobo. Me enseñó algunos de los dibujos que tiene, que son preciosos, pero la historia no la sabe escribir. Yo empecé a dictársela de otra manera, nos pusimos a escribirla juntos y se nos ocurrían muchas cosas nuevas entre los dos, nos reíamos mucho, ¡qué majo y divertido es Juan Carlos!”
Estos días con Eguillor suponen una tregua para Carmiña -que continúa desarrollando la idea inicial hasta su publicación en 1990, con sus propias ilustraciones, por la editorial Siruela- y le abren una puerta para vivir el duelo a través de lo literario. Lo extraordinario es que, en ese contexto, elija hacer un canto a la vida y a la libertad.
Carmen Martín Gaite conocía en profundidad la
Caperucita de Perrault ilustrada por Doré por sus recuerdos de infancia y
porque traduce del francés los cuentos de Perrault: Cuentos de hadas, y
del inglés los Cuentos de hadas victorianos. Y parte de esa estructura
del cuento tradicional para construir Caperucita en Manhattan pero
introduciendo desde el primer capítulo algunas diferencias esenciales, como
suprimir la imprecisión al armar a sus personajes de una biografía y al
describir meticulosamente el espacio. Como ya comentamos, Martín Gaite nos
sitúa en una realidad urbana y concreta -Manhattan va a ser la versión moderna
del bosque tradicional- con unos personajes bien definidos; la niña es Sara
Allen, la madre, Vivien Allen, la abuela, Rebeca Little conocida como Gloria
Star cuando era cantante de music-hall y el lobo, Mister Wolf. Y en esta
realidad aparece ya el elemento de extrañeza en lo cotidiano, el misterio y el
deseo que va a desencadenar la acción, la estatua de la Libertad:
“Por las noches, aburrida de que la hayan retratado tantas veces durante el día, se duerme sin que nadie lo note. Y entonces empiezan a pasar cosas raras. (…) Y es que cuando la estatua de la Libertad cierra los ojos, les pasa a los niños sin sueño de Brooklyn la antorcha de su vigilia. Pero esto no lo sabe nadie. Es un secreto.”
“La aventura principal era la de que fueran por el mundo solos, sin una madre ni un padre que los llevaran cogidos de la mano, haciéndoles advertencias y prohibiéndoles cosas. Por el agua, por el aire, por un bosque, pero ellos solos. Libres. Y naturalmente podían hablar con los animales, eso a Sara le parecía lógico. Y que Alicia cambiara de tamaño, porque a ella en sueños también le pasaba. Y que el señor Robinson viviera en una isla, como la estatua de la Libertad. Todo tenía que ver con la libertad. “
Sara tiene dos modelos opuestos de feminidad: la madre representa el temor y lo ordinario y su abuela, la libertad y lo extraordinario. Sara encuentra en su abuela una interlocutora que la escucha y tiene cosas interesantes que contar. También descubre en su casa la «Verdadera receta de la tarta de fresa, tal como me la enseñó en mi infancia Rebeca Little, mi madre.» convirtiendo, lo que ha sido hasta entonces el símbolo del hastío por lo repetitivo, en un secreto que despierta su curiosidad.
En la segunda parte de la novela, que sigue el
esquema tradicional del viaje del héroe, La Aventura, aparece la otra
interlocutora femenina que ayuda a Sara en su búsqueda de la madurez, la libertad
y el conocimiento, Miss Lunatic.
“A veces las preguntas, hija mía, contienen la respuesta más exacta-contestó la anciana sonriendo.”
Es un personaje fantástico en el límite entre realidad y ficción, con aspecto de vagabunda estrafalaria, que sabe contar historias, escuchar y mirar. Ella sabe ver a Sara como Caperucita Roja y Sara también es capaz de reconocer en Miss Lunatic un milagro. Hay una profunda conexión entre ellas.
![]() |
Carmen hija y Carmen madre |
He leído alguna vez que Caperucita en Manhattan nace de la necesidad de entender que las hijas a veces se pierden de camino a casa de sus abuelas, pero yo creo que Caperucita en esta historia somos todas, Marta y Calila, madres e hijas; abuelas, en esa necesidad de salir de lo conocido, de los roles transmitidos de generación en generación, de ese ambiente opresivo que castra nuestros sueños, cruzando un bosque – perdiéndonos en él, como se reconoce Carmen en la dedicatoria de su novela– para construir nuestra propia identidad desde esos vínculos intergeneracionales.
Calila se aleja de Perrault y vuelve para su desenlace a Lewis Carroll, del que ya ha tomado un elemento fundamental para la construcción de su protagonista, la seducción por el juego y la magia de las palabras, por el non sense, en las farfanías que inventaba y tanta felicidad le producían.
“Miranfú- repetía Sara entre dientes como si rezara, Miranfú.” Y los ojos se le iban llenando de lágrimas.”
El porqué de conectar con este autor ya estaba en
la dedicatoria de El cuarto de atrás:
“Para Lewis Carroll, que todavía nos consuela de tanta cordura y nos acoge en su mundo al revés.”
Así, Sara Allen, como Alicia, se arroja al
pasadizo que la lleva a la Libertad.
“Y que cada uno ahí lea lo que quiera”
dice Calila
cuando le preguntan sobre el final feliz de su novela.