viernes, 21 de marzo de 2025

CAPERUCITA EN MANHATAN

 

De Perrault a Martín Gaite, Lewis Carroll y otros vericuetos del bosque.


“Tanto los lugares como las personas, como los libros, aún a riesgo de perderse por ellos, hay que atreverse a leerlos uno mismo. Simplemente dejándolos ser.” 
Carmen Martín Gaite 

Cuando el curso pasado preparaba mi cesta de Caperucitas para la Maratón de cuentos del cole, presté atención a la versión de Carmen Martín Gaite siempre a la espera, en su estante de la biblioteca, de que alguien de Secundaria la solicitara para una lectura obligatoria. Y ya sabemos que no puede haber peor comienzo que la imposición a la hora de coger un libro.

Ojalá estas líneas despierten en alguna de vosotras, de vosotros, la curiosidad y el deseo de viajar por sus páginas.  

Carmen Martín Gaite, de la que celebramos este año el centenario de su nacimiento, es una figura clave en la literatura española del S.XX con una extensa obra que abarca narrativa, ensayo, teatro, poesía (participa en los recitales poéticos del  Café Manuela en el barrio de Malasaña de Madrid y algunos de sus poemas se convierten en canción en la voz de su amigo Amancio Prada), guiones de cine y televisión (en la serie “Celia”, con guion suyo y del director José Luis Borau, llega a aparecer como sor Gaitera, un personaje creado para ella), traducciones, artículos y sus maravillosas conferencias en las que reflexiona sobre la creación literaria. 

La personalidad y la obra de Martín Gaite -perteneciente a la llamada generación de los cincuenta junto a otros autores y autoras que compartieron infancia de postguerra como Ignacio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio (su marido durante 17 años), Juan Benet, Carmen Laforet y Ana María Matute (en la imagen, las tres ganadoras del premio Nadal; a la derecha, la primera en recibirlo, Carmen Laforet en 1945, a la izquierda, Carmen Martín Gaite, y en el centro Ana María Matute, de la que también celebramos centenario, galardonada en el 59)-siempre despertó mi admiración. Leer Entre visillos y El cuarto de atrás en mi adolescencia, premiados con el Nadal en 1957 y el Nacional de Literatura en 1978, hizo que me sintiera menos incomprendida y sola en la sensación asfixiante de crecer, apenas estrenada la España democrática, en una pequeña ciudad de provincias.

Gaite continúa recibiendo los más prestigiosos premios (Premio Anagrama de ensayo 1986, Príncipe de Asturias de las Letras 1988, Nacional de las Letras Españolas 1.994) y yo seguí leyendo toda obra suya que cayera en mis manos. 

Pero, después de tanto tiempo, ya no recordaba Caperucita en Manhattan y sentía necesidad de hacerlo. 

Me atrapó, aún antes de empezar, por la primera ilustración del libro realizada a plumilla por la autora, su dedicatoria a Juan Carlos Eguillor “en aquel verano horrible”. ¿Qué manera era esta de empezar un cuento?

Caperucita en Manhattan está dividida en dos partes: Sueños de libertad y La Aventura. La primera empieza con esta cita de Elena Fortún en la inolvidable Celia en el colegio; el primer libro que recibí como regalo y que se convirtió en mi referente de rebeldía y libertad hasta conocer Pippi Calzaslargas.

“A veces lo que sueño creo que es verdad, y lo que me pasa me parece que lo he soñado antes… Además, lo que ha pasado no está escrito en ninguna parte y al fin se olvida. En cambio, lo que está escrito es como si hubiera pasado siempre."

Comienza la presentación de la protagonista, Sara Allen, con nombre y apellido, y la descripción detallada del lugar en el que vive rompiendo así la imprecisión de los cuentos tradicionales. Sonrío con la imagen de Manhattan como “una isla en forma de jamón con un pastel de espinacas en el centro que se llama Central Park”. 

Pero mi cabeza vuelve una y otra vez al nombre de la dedicatoria, Juan Carlos Eguillor, Juan Carlos Eguillor… ¿de qué me suena? Tardo en recordar que es el ilustrador de La boutique fantasque escrita por Carmen Santonja, un audio libro con una historia fantástica en el espacio, que recogíamos en “De casa en casa” como uno de los 15 libros más prestados en nuestra biblioteca y que hemos representado varias veces con marionetas construidas en el aula.

¿Qué relación tenía este ilustrador con Carmen Martín Gaite? ¿Qué ocurriría aquel verano? Ya estoy metida en el bosque.

Carmen, Carmiña (para los amigos), Calila (como la llamaba su hija Marta) mantiene un contacto regular con diversas universidades de Estados Unidos, como profesora invitada o conferenciante, desde que viaja por primera vez en 1979 para participar en un congreso de literatura española contemporánea y se aloja en Manhattan, lo que le permite cumplir su sueño infantil de perderse entre los rascacielos de Nueva York y ver de cerca la Estatua de la Libertad. 

El verano de 1985, al que se refiere la dedicatoria, acepta un puesto de profesora visitante en Vassar College. Hace apenas unos meses que ha muerto su hija, con la que mantenía una estrecha relación de complicidad en la vida y como interlocutora ideal de su obra. 

Marta había sido educada de manera no convencional. A los seis años, sus padres, Carmen y Rafael, le consultan si quiere ir a la escuela o recibir un profesor particular en casa y asistir a clases de idiomas. Licenciada en Filología Inglesa, traductora de Kipling, Gerald Durrell, Truman Capote y Patricia Highsmith, vive el ambiente de modernidad de los 80 y el coqueteo con la heroína que le llevó a contraer el sida y provocó su muerte por neumonía a los 29 años.

“Carmen se sentía derrotada, perdida; no sabía ni adónde iba”, cuenta su hermana Ana María que llama a su amigo Eguillor para que vaya a esperarla al aeropuerto y la acoja unos días en su apartamento de Nueva York.

Juan Carlos Eguillor, Premio Nacional de Ilustración Infantil 1983, intenta animarla para que vuelva a escribir y le pide el texto para unas viñetas de una caperucita que está haciendo.

“Juan Carlos se ponía a dibujar, de espaldas, en el pupitre inclinado, y hablaba conmigo. Ha inventado una historia de una niña de Brooklyn con impermeable rojo, que los viernes va con su madre a llevarle una tarta de fresa a su abuelita que vive en Manhattan. Una noche se atreve a ir ella sola y desde ese momento se convierte en una especie de Caperucita Roja perdida en Nueva York y se encuentra al rey de las tartas que es el lobo. Me enseñó algunos de los dibujos que tiene, que son preciosos, pero la historia no la sabe escribir. Yo empecé a dictársela de otra manera, nos pusimos a escribirla juntos y se nos ocurrían muchas cosas nuevas entre los dos, nos reíamos mucho, ¡qué majo y divertido es Juan Carlos!”

Estos días con Eguillor suponen una tregua para Carmiña -que continúa desarrollando la idea inicial hasta su publicación en 1990, con sus propias ilustraciones, por la editorial Siruela- y le abren una puerta para vivir el duelo a través de lo literario. Lo extraordinario es que, en ese contexto, elija hacer un canto a la vida y a la libertad. 

Carmen Martín Gaite conocía en profundidad la Caperucita de Perrault ilustrada por Doré por sus recuerdos de infancia y porque traduce del francés los cuentos de Perrault: Cuentos de hadas, y del inglés los Cuentos de hadas victorianos. Y parte de esa estructura del cuento tradicional para construir Caperucita en Manhattan pero introduciendo desde el primer capítulo algunas diferencias esenciales, como suprimir la imprecisión al armar a sus personajes de una biografía y al describir meticulosamente el espacio. Como ya comentamos, Martín Gaite nos sitúa en una realidad urbana y concreta -Manhattan va a ser la versión moderna del bosque tradicional- con unos personajes bien definidos; la niña es Sara Allen, la madre, Vivien Allen, la abuela, Rebeca Little conocida como Gloria Star cuando era cantante de music-hall y el lobo, Mister Wolf. Y en esta realidad aparece ya el elemento de extrañeza en lo cotidiano, el misterio y el deseo que va a desencadenar la acción, la estatua de la Libertad:

“Por las noches, aburrida de que la hayan retratado tantas veces durante el día, se duerme sin que nadie lo note. Y entonces empiezan a pasar cosas raras. (…) Y es que cuando la estatua de la Libertad cierra los ojos, les pasa a los niños sin sueño de Brooklyn la antorcha de su vigilia. Pero esto no lo sabe nadie. Es un secreto.”

Sara Allen es una niña pecosa de diez años que siempre ha sabido ver lo extraordinario en lo cotidiano. En la primera parte, fantasea con Aurelio Roncali, propietario de El Reino de los libros y antiguo novio de su abuela (al que tiene que inventarse porque solo ha oído hablar de él entre susurros) del que recibe tres regalos -objetos mágicos- que serán claves para el desarrollo de su personalidad y de la historia: un rompecabezas que despierta su amor por el juego con letras y palabras, un plano detallado de Manhattan y los tres primeros libros que alientan su sueño de aventura y conectan y amplifican ese símbolo de libertad; Robinson Crusoe, Alicia en el país de las Maravillas y Caperucita:

“La aventura principal era la de que fueran por el mundo solos, sin una madre ni un padre que los llevaran cogidos de la mano, haciéndoles advertencias y prohibiéndoles cosas. Por el agua, por el aire, por un bosque, pero ellos solos. Libres. Y naturalmente podían hablar con los animales, eso a Sara le parecía lógico. Y que Alicia cambiara de tamaño, porque a ella en sueños también le pasaba. Y que el señor Robinson viviera en una isla, como la estatua de la Libertad. Todo tenía que ver con la libertad. “

Sara tiene dos modelos opuestos de feminidad: la madre representa el temor y lo ordinario y su abuela, la libertad y lo extraordinario. Sara encuentra en su abuela una interlocutora que la escucha y tiene cosas interesantes que contar. También descubre en su casa la «Verdadera receta de la tarta de fresa, tal como me la enseñó en mi infancia Rebeca Little, mi madre.» convirtiendo, lo que ha sido hasta entonces el símbolo del hastío por lo repetitivo, en un secreto que despierta su curiosidad.

En la segunda parte de la novela, que sigue el esquema tradicional del viaje del héroe, La Aventura, aparece la otra interlocutora femenina que ayuda a Sara en su búsqueda de la madurez, la libertad y el conocimiento, Miss Lunatic.

“A veces las preguntas, hija mía, contienen la respuesta más exacta-contestó la anciana sonriendo.”

Es un personaje fantástico en el límite entre realidad y ficción, con aspecto de vagabunda estrafalaria, que sabe contar historias, escuchar y mirar. Ella sabe ver a Sara como Caperucita Roja y Sara también es capaz de reconocer en Miss Lunatic un milagro. Hay una profunda conexión entre ellas.

Carmen hija y Carmen madre

He leído alguna vez que Caperucita en Manhattan nace de la necesidad de entender que las hijas a veces se pierden de camino a casa de sus abuelas, pero yo creo que Caperucita en esta historia somos todas, Marta y Calila, madres e hijas; abuelas, en esa necesidad de salir de lo conocido, de los roles transmitidos de generación en generación, de ese ambiente opresivo que castra nuestros sueños, cruzando un bosque – perdiéndonos en él, como se reconoce Carmen en la dedicatoria de su novela– para construir nuestra propia identidad desde esos vínculos intergeneracionales.

Y llegamos al último capítulo titulado «Happy end, pero sin cerrar» porque ya hemos dicho que ni Sara ni Carmiña están de acuerdo con los finales cerrados y moralizantes de los cuentos tradicionales. Calila busca el final abierto que le permita expresar las preguntas que le genera “la cornada”, como ella misma dice, que acaba de recibir, disipar las dudas o alejar la culpa -pone en boca de Miss Lunatic, “Por favor, hija, remordimientos, ¡Qué palabra tan fea!”- que pueda generarle cómo han gestionado, ella y Marta, su libertad.

Caperucita en Manhattan corrige los finales equivocados de Robinson Crusoe, Sara no vuelve a casa y permanece en la isla, de Caperucita, el lobo no se come a la niña -ni tan siquiera es ella el objeto de su deseo, sino la tarta de fresa y, más tarde, la abuela que termina “devorada” en brazos de Mister Wolf- y, por último, de Alicia, cuyo final no puede ser que todo había sido un sueño.

Calila se aleja de Perrault y vuelve para su desenlace a Lewis Carroll, del que ya ha tomado un elemento fundamental para la construcción de su protagonista, la seducción por el juego y la magia de las palabras, por el non sense, en las farfanías que inventaba y tanta felicidad le producían.

“Miranfú- repetía Sara entre dientes como si rezara, Miranfú.” Y los ojos se le iban llenando de lágrimas.”

El porqué de conectar con este autor ya estaba en la dedicatoria de El cuarto de atrás:

“Para Lewis Carroll, que todavía nos consuela de tanta cordura y nos acoge en su mundo al revés.”

Así, Sara Allen, como Alicia, se arroja al pasadizo que la lleva a la Libertad.

“Y que cada uno ahí lea lo que quiera” 

 dice Calila cuando le preguntan sobre el final feliz de su novela.

 

 





viernes, 24 de enero de 2025

CALLE DE LA OCA


Recuperar la mirada atenta, pausada


Si recuerdo mi infancia, vuelvo a habitar la niña que pasaba horas pegada al cristal del mirador de su casa. Una casa que estaba en el cruce de dos grandes avenidas y me ofrecía una perspectiva del mundo amplia, variada, bulliciosa y en cambio continuo. Como si fuera un organismo vivo. Quizá por eso me gusta tanto Calle de la Oca de Ana Garralón y María Pascual, porque me devuelve esa mirada del asombro con que descubría el mundo y desde la que me sitúo para leer este álbum.

En Calle de la Oca, Oliver, el protagonista, aparece integrado en ese organismo -vivo y cambiante- y son las personas adultas que se turnan durante una semana para acompañarlo a la escuela, las que le ofrecen distintas perspectivas desde las que mirar, desde las que leer, ampliar y comprender su mundo. 

Calle de la Oca es la primera publicación escrita para niños por Ana Garralón, especialista en el mundo de la LIJ desde finales de los 80, crítica literaria, tallerista, conferenciante, formadora de mediadores, premio de fomento a la lectura… y lo hace desde un género que ha investigado y conoce en profundidad, el libro informativo, sobre el que ha dado infinidad de cursos y talleres y es autora, entre otros títulos, del ensayo Leer y saber. Los libros informativos para niños.

Hace diez años que la idea de este álbum rondaba en su cabeza. Desde que firma el contrato con Ediciones Ekaré, nos cuenta en sus redes, ha habido un proceso de algo cocinado a fuego lento. 

“La edición de Irene Savino y Cecilia Silva-Díaz transformó un texto un tanto rígido en uno más fluido que María Pascual de la Torre ha ilustrado con una potencia que no me esperaba”.

Ana elige para esta narración la primera persona. Oliver –nombre homenaje a su admirado Oliver Sacks- nos cuenta cómo es su ida y vuelta al cole cada día de esa semana inolvidable junto a un amigo o familiar con distintas profesiones. Es un niño afortunado que puede ir caminando hasta su escuela por un barrio agradable, habitado por personas relajadas, en compañía de un adulto atento y receptivo a su curiosidad insaciable.


Cualquiera que siga este blog conocerá mi admiración por el trabajo minucioso de la ilustradora. María Pascual es única para mostrar pistas y sugerir enigmas. En las guardas, sentimos la quietud del paisaje nocturno de la calle en contraste con el ajetreo en que la conoceremos durante el día. En un primer momento no supe cómo mirar esta ilustración para ver la calle, que parecía la calle y su reflejo, como la representaba María. Tardé unas cuantas páginas en entender que su intención era anticipar la idea del texto de que es la perspectiva desde la que miramos la que cambia nuestra percepción de la realidad. 


También es fascinante como, en una sola imagen, es capaz de mostrar el carácter soñador y curioso del protagonista.

El primer acompañante de Oliver es un historiador, su abuelo, que sabe mirar cada detalle para encontrar en él historias escondidas. ¿Cómo era vivir en ese lugar cuando la calle era de barro, sin luz ni agua corriente? ¿Cómo eran las profesiones que desaparecieron con esa forma de vida? ¿Y las palabras relacionadas con ellas que dejaron de usarse? Oliver no es un receptor pasivo a las enseñanzas del abuelo y le propone un juego que podemos continuar como lectores o como mediadores del libro, un “veo, veo” para nombrar un elemento real e imaginar cómo fue en el pasado. Yo cierro los ojos y consigo ver, como el abuelo, la transformación de ese cruce de caminos durante mi infancia.

En las ilustraciones, la doble página se divide en dos, la superior describe infinidad de detalles de personajes y edificios a todo color y, bajo la línea de tierra, se representan las escenas del pasado en color sepia. 

Cuando se añade información al texto narrativo, se enmarca en una línea de puntos y se añaden bocadillos para agilizar el diálogo de los personajes.

El martes por la mañana, Oliver descubre la mirada del escritor que intenta atrapar historias e inventar a partir de lo que observa en la realidad. “Mira a esa señora que está esperando el autobús. ¿A dónde va? ¿Quién la espera en casa? ¿Qué hace tan temprano en la parada?” Y por la tarde, la de una bióloga, con la que la calle se convierte en un ecosistema de plantas y animales.



En días sucesivos, un filósofo- con la invitación a mirar todo desde otra perspectiva- una fotógrafa, un músico, una tipógrafa y un fisioterapeuta ciego, le muestran diferentes claves para percibir, imaginar e interpretar la realidad que le rodea

Las ilustraciones de María Pascual recrean con infinidad de recursos visuales estos cambios y se expanden con el enfoque que nos ofrece cada una de esas perspectivas.


¿Qué decir de este paisaje sonoro en amarillo, en honor a los Beatles, que Oliver comienza a percibir gracias a su amigo músico? 


Como veis, la lectura de Calle de la oca nos regala un universo, un ecosistema repleto de elementos urbanos,  animales, vegetales y humanos para conocer el barrio. Pero sobre todo, nos permite -dando una tregua a las pantallas- recuperar esa mirada  atenta, consciente y pausada que deberíamos ofrecer a nuestras niñas y niños para construir junto a ellos un mundo más humano.

viernes, 20 de diciembre de 2024

CARTA A LAS REINAS MAGAS

 

Queridas Reinas Magas, os escribo para que nos traigáis las lecturas que más hemos deseado para nuestra biblioteca a lo largo del año. En cursos y presentaciones, entre tantas novedades, nos han parecido especiales.

 

Porque ofrecen un apasionante relato visual

 

Todo un mundo. Katy couprie y Antonin Louchard. EntreDos




Nos ayudan a leer el mundo

 

Calle de la oca. Ana Garralón. María Pascual de la Torre. Ekaré.

 

La casa de tus sueños con Henrietta y sus diseños. George Mendoza. Doris Susan Smith. EntreDos.

 

Lecciones de cosas. Un universo de andar por casa. Gustavo Puerta Leisse y Elena Odriozola. Ediciones modernas el embudo.

 

Con humor

 

Hay mamás mucho peores que tú. Glenn Boozan. Pricilla Witte. Litera.



Con imágenes poéticas

 

Osa. José Ramón Alonso. Lucía Cobo. Kalandraka.

Los niños de las raíces. Sibylle von Olfers. Ing Edicions.



Cuestionan qué es lo real

 

Las hadas de Cottingley. Ana Sender. Tres Tigres Tristes.

Panthera tigris. Sylvain Alzial. Hélène Rajcak. Kalandraka.



Y dialogan entre sí

 

    Un ramo de malas hierbas. Alex Nogués. María Pascual de la Torre. A buen paso.

A veces el bosque…Alex Nogués. Ina Histrova. Akiara Books.

 


Porque nos sitúan a la altura de la infancia

 

Ellen y el león. Crockett Johnson. Wonder Ponder.

Otto y Pincho. Cómo abrazar un cactus. Uxue Juárez y Neus Caamaño. 

A buen paso.



Ofrecen alegría

 

Bim Bam Bum María Quirón. Kalandraka.

El camino generoso. Marta Comín. A buen paso.


 

Y esperanza

 

Alexander Von Biscuit y la búsqueda del abrazo perfecto. Oren Lavie 

y Anke Kuhl. Takatuka.

La cerca. Alfredo Soderguit. Ekaré.


Porque poesía lleva nombre de mujer

Los ecos del viento. Antonio García Teijero y Noemí Villamuza. Kalandraka.

El jardín que habitas. M. Carmen Aznar y Raquel Catalina. Akiara books

El secreto de la oropéndola. Poemas de aves. Emily Dickinson y Esther García. Nórdica libros.

Y nos gusta jugar con las palabras

Onomatopoemas y otros pequeños sonidos. Leire Bilbao y Maite Mutuberria. Kalandraka.

¡A PALABRAR! Mar Benegas. Palabratorio.

Porque no tuve la suerte de disfrutarlos en mi infancia

 

El mundo de Puff. A.A. Milne. Boris Diódorov. Anaya.

El viento en los sauces. Kenneth Grahame. Harry Hargraves. Anaya.



Porque me llenan de nostalgia

 

Canción de navidad. Charles Dickens. Roberto Innocenti. Kalandraka.



Con el ojo del cogote. Juan Kruz Igerabide. Elena Odriozola. 

Ediciones modernas el embudo.

 

¡Feliz lectura y feliz Navidad!

 

 

*El color de los títulos sugiere la edad recomendada: Etapa de InfantilPrimero y segundoTercero y cuartoQuinto y Sexto de Primaria. 

*Por si queréis recordar nuestra selección de años anteriores: LECTURAS QUE DEN MUUUUCHO QUE HABLAR, Año Nuevo, lecturas nuevas. Porque nos gusta leerLecturas que sean aire frescoLecturas como abrazosQue nos hagan volarQue son un regalo, Carta a las Reinas Magas, Libros que vienen del bosque y algunos más